lunes, junio 04, 2012

Grafiti, hip-hop y «gente hermosa» en Medellín


Un grafiti con los mitos y leyendas de la cultura paisa (antioqueña) en la entrada de la archiconocida comuna 13 parece anunciar que algo ha cambiado en esa parte centroccidental de Medellín, donde no hace tantos años no entraba ni un policía. El autor del dibujo es Daniel Felipe Quiceno, un joven de apenas 23 años a quien una vida dura le ha puesto más edad, en físico y madurez. «Perro», como es conocido, explica que «ese grafiti avisa de que aquí hay arte y hip-hop, que la comuna 13 no es un estigma sino un grupo de barrios llenos de color y gente hermosa».

Quiceno creció sin padre en medio de tanta miseria y acabó en un «combo» (banda de delincuentes) que trapicheaba con droga. Pero la muerte de varios «parceros» (amigos) de El Salado, esa parte de la comuna 13 donde nació y dice que no abandonará hasta el fin de sus días, le hizo darse cuenta de que «era un mundo falso de puros pelaos (jóvenes) de barrio que creen que la plata lo es todo en la vida».
En sus malos tiempos, cuando aprendía a pintar en los ratos libres de la delincuencia, Carlos «el de la barbería» le pidió que pintara algo en su local, que se lo pagaría. «Esto está rentable», pensó luego. Pero dos semanas después de terminar la obra de arte mataron a Carlos, también pandillero. Daniel Felipe decidió dar un vuelco a su vida y en 2009 ingresó en La Élite, un grupo de hip-hop de la comuna 13 en el que se ocupa de la escuela de grafiti. Con sus dibujos hace memoria «para no caer en los mismos errores». «No soy bueno para sacar a los pelaos de la violencia pero sí para mostrar a los niños que hay un futuro; el grafiti ha sido mi salvación y proyecto de vida», relata junto a su casa, donde los cordiales saludos de los vecinos revelan que se le respeta. Como al grafiti de la entrada de la comuna, al que no le han pintado ni una raya encima. El joven paisa reconoce además que «hoy gano más que en el “combo” y la tranquilidad lo es todo».

A «Perro» le ha tocado rehacer su vida y la de sus tres hermanastros de 15, 12 y 9 años. Hace menos de un mes que su madre falleció de cáncer. «La noche en que agonizaba los cuatro le dijimos: váyase a descansar tranquila, usted está sufriendo». Le preocupa más el «pelao» de 12 años que las dos chicas.

Pese al nuevo golpe, sigue pensando en positivo. Mecánico de motos, se ha marcado otra meta: licenciarse en arte o arquitectura. Reconoce el «tremendo desarrollo» de su ciudad en cuanto a infraestructuras, pero le falta que «la educación superior sea gratuita». «Mi vida no ha sido fácil, pero ni la pobreza ni la violencia han sido obstáculos para salir adelante», apunta el grafitero.

Violencia «suave»
Después de crecer en «un mundo de guerra», de llegar a reconocer el calibre de los disparos y a qué «combo» pertenecían, no niega que todavía hay violencia en la comuna 13, «pero es más suave y silenciosa». Tanto «Perro» como «Jeihhco», el fundador de La Élite, recuerdan con dolor las operaciones «Mariscal» y «Orión» que las fuerzas de seguridad colombianas emprendieron en mayo y octubre de 2002 para acabar con las milicias asentadas en esta comuna, clave en aquel momento para controlar el tráfico de droga y armas.
Más arriba de la casa morada tiene su sede el movimiento artístico Son Batá (tambor yoruba). Es una vivienda típica de las laderas de Medellín, pintada toda de colores vivos, con un estudio de grabación recién estrenado. Parte de sus integrantes, como vecinos de la comuna, son descendientes de afrocolombianos desplazados por la violencia en el vecino Chocó. Al crear Son Batá en 2005 apostaron por «la transformación para ganarle jóvenes a la guerra, después de ver morir a amigos y vecinos en “Orión”, la mayor operación militar en territorio urbano», señala John Jaime Sánchez, uno de sus líderes. «A pesar de las brechas tan grandes de la sociedad, aún somos capaces de soñar y salir de la adversidad, de contagiar a jóvenes y niños con el arte», agrega John Freddy Asprilla. Son Batá, entre otras actividades, tiene un grupo de música afrocolombiana.

Luego se animan a cantar en el estudio y unas niñas que parecen saberse la letra de memoria les acompañan. El patio-corredor que rodea la casa, junto a una turbia quebrada, puede ser un lugar agradable para ver las luces de la ciudad de noche. «A esas horas a veces pasan los “combos” por este corredor», advierte uno de ellos.

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